El Cultivador

ni se había constituido en el gran visionario de nuestra época, que ha inspirado a escritores, a músicos, a pintores y a cineastas, pero en esta descarnada, deslumbrante crónica de una adicción, los vagabundeos en busca de droga, la avidez por el chute, la peculiar sexualidad y las no menos extrañas relaciones nacidas en la comunión de la droga estaba ya el fundamento de toda su obra posterior”. Añaden además para describir a Burroughs que era un “audaz explorador del lado más salvaje de la vida y la literatura”, que experimentaba hasta el límite sin perder la distancia de la inteligencia, por eso no hizo otra cosa: “Para llegar al paraíso de la droga hay que hundirse en su infierno, puesto que ambos son lo mismo, y la degradación nunca está muy lejos de la revelación”6. Sin embargo, la degradación de Yonqui no pareció venderse bien entre las editoriales norteamericanas de los cincuenta, que rechazaban su contenido por incómodo o incluso inmoral. Se cuenta que la publicación de la obra llegó a buen término gracias a la testarudez de su colega Allen Ginsberg, que se paseó por los despachos de numerosos editores presentándoles la obra y enfrentando sus negativas hasta que se topó con Carl Solomon, del que se dice era “un editor más valiente y más desesperado que otros, y que años después confesó que era tal el terror que le daba trabajar con semejante material que estuvo a punto de sufrir un colapso”7. “Los fumetas no son como los yonquis” Si en materia de drogas, había clases; entre sus consumidores, también. Para Burroughs, no funcionaba igual un yonqui, adicto y motivado por la dependencia de una droga, que alguien que consumía drogas sin estos efectos, como un fumeta. Cuenta Burroughs en Yonqui que algo que los diferencia es la urgencia: “Los fumetas no son como los yonquis. Un yonqui suelta el dinero, coge la droga y se las pira. Pero los fumetasno hacen eso. Esperan que el traficante les invite a unos porros y se sientan sin querer largarse antes de media hora o así” (Burroughs, 1999). De eso, Burroughs sabía, pues había pasado una temporada vendiendo cannabis. Burroughs creía que los fumetas dedicados a la venta se pasaban con el secretismo y que eran inescrutables o, algo peor, estúpidos: “Hay muchos secretos profesionales en el negocio de la yerba, y los fumetasmantienen esos supuestos secretos con una astucia estúpida. Por ejemplo, la yerba tiene que estar curada porque si está verde raspa la garganta. Pero pregunta a un fumetacómo hay que curar la yerba y te dará una respuesta ambigua mirándote estúpidamente. Quizá la yerba afecta al cerebro o puede ser que los fumetassean estúpidos por naturaleza” (Burroughs, 1999). Según cuenta, fue el carácter de estos, incomprensible para su protagonista, Lee, lo que motivó que finalmente se retirara de sus negocios cannábicos: “Los fumetas son gregarios, son sensibles y paranoicos. Si te consideran un cenizo o un pelmazo no lograrás hacer negocios con ellos. Pronto me di cuenta que no podía tratar con ese tipo de gente y me alegraba de que cualquiera me quitara la yerba de las manos sin mirar el precio. A partir de entonces decidí no traficar nunca más con yerba” (Burroughs, 1999). ¡Vaya oda al fumeta se marcó Burroughs en Yonqui! La planta, sin embargo, fue por el apreciada, por ejemplo, por sus efectos terapéuticos (para suprimir otras adicciones) o afrodisíacos: “Muchos farmacólogos dicen que «no hay pruebas para mantener la creencia popular de que la yerba posee propiedades afrodisíacas». Yo puedo asegurar que la yerba es un afrodisíaco y que el sexo es más agradable bajo la influencia de la yerba que sin ella. Cualquiera que haya usado yerba verificará esta afirmación” (Burroughs, 1999). ¿Daños o contraindicaciones en su consumo? Para él, unos cigarrillos de marihuana no provocan más locura que unos cócteles. Almuerzo desnudo Como adelantábamos antes, Yonqui resultó ser toda una declaración de intenciones en la que Burroughs nos presentó el fundamento de su obra. Unos años después, en 1959, publicaría Almuerzo desnudo. El título, ideado por Jack Kerouac, aludía a “un momento de congelada inmovilidad, en el que todos ven qué hay en la punta de cada tenedor” (Burroughs, 1989). Tijeras, resume la obra así: “Burroughs describe su adicción a las drogas, sus distintas clases y reacciones psicobiológicas, el proceso de curación mediante un tratamiento de apomorfina […] el miserabilismo de los enfermos, su álgebra de la necesidad y el preciso y patético instante en que Burroughs, al borde de la batalla final con la droga, en una habitación del Barrio Nativo de Tánger, mugriento, flaco, inyectándose treinta insuficientes gramos de morfina por día, sin luz ni agua por falta de pago, envuelto por las cajas de las ampollas vacías, tuvo la fuerza de voluntad de gastarse el último cheque en un pasaje de avión Durante el desenganche a la morfina, o carencia, se sirvió, como escribe, de los beneficios terapéuticos del cannabis 41 literatura cannábica La degradación de Yonqui no pareció venderse bien entre las editoriales norteamericanas de los cincuenta, que rechazaban su contenido por incómodo o incluso inmoral

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