Conoce los síntomas del oídio, el hongo que afecta a plantas como fresa, vid, tomate y cannabis, y descubre las mejores estrategias para combatirlo.
Por Víctor Bataller Gómez (TRABE)
Son muchos los nombres con los que se le conoce: oídio, cendrada, malura, blanquilla, blanqueta, mal blanco, moho blanco, cenizo, cenicilla, sendreta… y detrás de todos ellos hay un número ingente de hongos que causan la misma sintomatología en un número de plantas inmenso: fresa, manzano, peral, tomate, rosal, vid, melocotonero, cerezo, ciruelas, cannabis… Realmente, cuando hablamos o nos referimos al oídio, nos estamos refiriendo a la sintomatología de una enfermedad causada por una serie de hongos diferentes. De todas formas, para agilizar, nos vamos a referir al oídio como un hongo en sí.
La enfermedad se supone que es originaria de América del Norte y que se introdujo en Europa en el siglo XVI gracias a los intercambios comerciales. Las primeras plagas atacaron a las viñas europeas, que eran muy sensibles a esta enfermedad ya que no se conocía, y provocaron fuertes mermas en la producción con una notable repercusión económica.
El oídio es un hongo muy frecuente en las plantas que aparecen, sobre todo, en primavera, aunque en zonas con climas suaves puede presentarse también en verano y en otoño. Es una enfermedad fúngica que puede cubrir cualquier parte de la planta (hojas, frutos, ramas verdes, brotes…) con un polvillo blanco o cenizo muy típico, se vuelven de color amarillento y terminan por secarse. Además, provocan el retorcimiento de las hojas, la deformación de los brotes, ralentización del crecimiento, falta de floración, pérdida de frutos… hasta que finalmente la planta muere poco a poco.
Los hongos que causan el oídio se dispersan por medio de esporas en el viento y, cuando éstas se depositan en un tejido verde de una planta, van introduciendo unas estructuras similares a lo que se podría conocer como raíces. Con ellas van absorbiendo una serie de sustancias nutritivas y debilitando a la planta hasta su muerte.
Para su control se pueden utilizar diferentes fungicidas pero debemos elegir el adecuado en función a la planta ya que el tipo de hongo puede variar mucho. Lo ideal es aplicar tratamientos preventivos en las épocas más adecuadas para que no aparezca y pueda causar daños en nuestros cultivos, sobre todo en primaveras húmedas con niveles de humedad relativa en el ambiente en torno al 70% y temperaturas por debajo de los 35ºC. Además, hay que retirar y deshacerse de las partes dañadas de las plantas afectadas para que no contagie a otras. Dichas partes no se recuperan aunque usemos fungicidas por lo que no va a suponer una merma en nuestra producción a medio o a largo plazo. Otras medidas culturales apropiadas para prevenir el ataque de oídio son:
- Evitar las plantaciones densas para impedir que se creen zonas sombreadas y húmedas y para que, en caso de que la plaga aparezca en una planta, no contagie rápidamente al resto.
- Eliminar las malas hierbas. Plantas como el cenizo o la corregüela son muy propensas a tener oídio y de ahí se puede extender a las zonas más cercanas.
- En invernaderos es importante que haya una buena ventilación para evitar la acumulación de humedades excesivas.
El oídio es un hongo externo que se desarrolla en la superficie de las hojas y gracias a ello también se puede atacar con fungicidas de manera curativa una vez que la planta ya está infectada, aunque no es lo recomendable puesto que las partes afectadas no se vuelven a recuperar.
El oídio ataca principalmente a las partes más jóvenes de las plantas ya que es donde existen más cantidad de nutrientes y flujo de savia. Como la planta está en constante crecimiento, los tratamientos deben repetirse cada quince días en las épocas más sensibles para el ataque. Una vez aparezca la enfermedad se debe actuar de forma inmediata y determinante en los primeros momentos, o podemos perder el cultivo en pocas semanas.
La estrategia más eficaz es usar, al principio, fungicidas de contacto y posteriormente emplear tratamientos con fungicidas sistémicos. Todo ello cumpliendo con las medidas culturales anteriormente expuestas.
El oídio es un hongo externo que se desarrolla sobre la superficie vegetal y que no penetra en las hojas, por lo tanto, se puede atacar con fungicidas de forma curativa, una vez que ha infectado. Otros hongos penetran en la hoja y los fungicidas sólo sirven para prevenir y/o evitar que realicen la infección, porque una vez que están dentro poco se puede hacer. Con el oídio podemos actuar curativamente sobre la planta ya infectada, pero no es lo más recomendable, ya que si la planta está infectada no quedará más remedio que acudir a fungicidas sistémicos químicos.
Los fungicidas de contacto y preventivos más conocidos son principalmente el azufre y el Dinocap. El azufre es barato, eficaz y además también controla ácaros y pulgones. Tiene el inconveniente de que no se puede aplicar con temperaturas próximas o superiores a los 30ºC porque podría producir quemaduras.
Entre los fungicidas sistémicos destacan el Penconazol, Ciproconazol, Pirifenox, Fenarimol, Propiconazol… pero son productos tóxicos y contaminantes que se utilizan cuando no hemos sido previsores.
Para conocer mejor a este patógenos debemos analizar las especies más frecuentes que pueden atacar nuestros cultivos:
Uncinula necator
Más conocido como el oídio de la vid. Necesita elevadas temperaturas, una atmósfera seca y exenta de humedades y noches frescas. En sus etapas de hibernación, que es cuando no hay cultivos que infestar o estos se encuentran en parada vegetativa, se conserva bajo dos formas: en estado de cleistotecios (órganos resistentes sobre troncos y ramas) o en estado de micelio (en el interior de las yemas). Cuando las temperaturas son las idóneas se reactivan y los filamentos de micelio (órganos que emplea para penetrar en los tejidos vegetales) se desarrollan atravesando los tejidos verdes a los que parasita por medio de haustorios (extremos de los micelios). Cuando las condiciones ambientales son favorables, el micelio emite conidios, que se extienden sobre los órganos sanos situados cerca de los órganos contaminados y germinan propagando de esta manera la enfermedad.
Los conidios son esporas asexuales que a menudo están pigmentadas y son resistentes a la desecación. Sirven para dispersar al hongo hacia nuevas zonas de la planta. Cuando estos se forman, el color blanco del micelio cambia y toma el color de los conidios que puede ser negro, verde azulado, rojo, amarillo o marrón. Este hongo ataca a todos los órganos verdes pero prefiere los brotes.
Los síntomas y daños más destacados son:
- En las hojas se observa el polvillo blanco ceniciento característico, tanto en el envés como en el haz, que puede llegar a cubrir la hoja por completo. Debajo del polvillo se aprecian unos puntitos necrosados. A veces, los comienzos del ataque se manifiestan como manchas pequeñas de aceite en el haz junto a unos puntos pardos. Cuando los ataques son intensos, las hojas aparecen crispadas o abarquilladas y recubiertas de polvillo por el haz y el envés.
- En brotes y ramas los síntomas se manifiestan por manchas difusas de color verde oscuro que van creciendo, pasando a tonos achocolatados al avanzar la vegetación y a negruzcos al lignificarse el brote.
- En los frutos al principio aparecen con un cierto color plomizo recubriéndose en poco tiempo del polvillo ceniciento formado por los órganos de multiplicación del hongo (los conidios) debajo de los cuales se encuentran retículos necrosados de color pardo-oscuros. En esta zona dañada se forman fisuras que son producidas por el engrosamiento de los tejidos y por la poca elasticidad de la piel. Los daños más importantes se localizan aquí, ya que los ataques fuertes provocan la detención del crecimiento de la piel, por lo que ésta se agrieta y se raja el fruto. También se produce una pudrición de los tejidos que es aprovechado por otros hongos saprófitos que necesitan de materia muerta para alimentarse como la podredumbre gris (Botrytis cinerea). Pero, sin duda, cuando Uncinula necator causa mayores daños es durante la floración del racimo provocando el aborto floral prácticamente generalizado en toda la zona afectada.
Para su control se deben llevar a cabo algunas acciones:
- Emplear la poda en verde para aumentar la aireación, ya que se crea un ambiente poco favorable al desarrollo del hongo y por otra parte favorece la penetración de los fungicidas.
- Destrucción del material afectado tras la poda o tras la retirada de la plantación.
- En la lucha química contra el oídio existe una amplia gama de productos y estrategias de control. Entre los productos, como hemos visto, destaca el azufre, especialmente en polvo para espolvoreo o para disolución, con unas limitaciones en cuanto a la temperatura que deben estar comprendidas entre los 18ºC y los 30ºC. Es importante alternar diferentes productos sistémicos para evitar resistencias. Las estrategias de control varían según las condiciones meteorológicas, aumentando o disminuyendo el número de tratamientos, pero que en general se aplican en preflorarión, al inicio de la floración y posteriormente cada 15 o 20 días.
Blumeria graminis
Es un ascomiceto que produce conidios característicos con forma de toneles en cadena. En su estado sexual forma cleistotecios redondos que llevan apéndices simples y flexibles. Hay entre 15 y 20 ascas por cleistotecio.
El asca o asco es la célula sexual productora de esporas de los hongos ascomicetos. Las ascas pueden contener una, dos, cuatro u otro número múltiplo de cuatro, aunque lo normal es que contenga ocho ascosporas, todas ellas producidas por una división celular meiótica seguida, en la mayoría de las especies, por una mitosis. Las ascosporas son inmóviles y unicelulares. Las ascas normalmente liberan sus esporas por descarga activa desde la punta pero también lo pueden hacer de forma pasiva desde un líquido o en forma de polvo seco. Normalmente, la descarga activa de las ascas se hace en una punta diferenciada especial, un poro o un opérculo.
La Blumeria graminis se suele encontrar en todas las partes aéreas de los cultivos de cereales (hojas, tallos y espigas) pero las hojas son normalmente las más afectadas. Los primeros síntomas visibles de esta enfermedad son colonias de micelios y conidios en la superficie de la planta. Las pústulas blancas del hongo se desarrollan pronto y rápidamente producen masas de esporas que dan el aspecto tan conocido de polvillo blanquecino. Conforme las pústulas del hongo se hacen viejas, suelen cambiar de color ligeramente y adquieren una tonalidad gris amarillenta o marrón. Este material superficial es de fácil eliminación al ser frotado con una tela. Las hojas más bajas son normalmente las más afectadas porque alrededor de ellas la humedad es alta. El tejido del huésped situado bajo el material fungoso se torna clorótico o necrótico y cuando la infección es grave, las hojas mueren. Con el tiempo, se desarrollan en los micelios estructuras de forma redondeada y de color negro (los cleistotecios), observables a simple vista.
Los hongos pasan el invierno como cleistotecios y en climas suaves lo hacen como micelio y conidios. El inoculo primario son ascosporas o conidios y su vía de dispersión es el aire o la lluvia. El hongo necesita una humedad alta pero no agua libre para la germinación de la espora y la posterior infección. El hongo penetra únicamente en las células epidérmicas, a continuación se produce la esporulación sobre la superficie de la planta y los conidios resultantes se dispersan por el viento. Cuando el tiempo es cálido y húmedo, el desarrollo de la enfermedad es rápido.
Este hongo es el único en el que la producción de esporas y la infección tienen lugar en ausencia de humedad libre. Las lluvias fuertes son desfavorables para la producción de esporas y crecimiento del hongo sobre la superficie de las hojas.
Las medidas de control para este hongo son las mismas que hemos visto hasta ahora aunque en alguna bibliografía hacen referencia a que excesivos aportes de nitrógeno favorecen el desarrollo de la enfermedad y que, por lo tanto, en época sensibles se debe controlar la fertilización nitrogenada.