El Cultivador 10

68 pensamiento psicodélico Aunque no de una forma tan explícita, existen innumera- bles momentos del cuento que nos recuerda a la psiconáuti- ca. No mediante la ingesta de sustancias sino a través de la neces idad de embro l l ar e l pensami ento, de des- aprender ciertos comporta- mientos y formas de actuar socialmente aceptadas, de dar rienda suelta al insconsciente, al instinto, a la creatividad, para así recordar algo más im- portante, más fundamental que ninguna otra cosa: el único fin que existe tras todo nuestro esfuerzo, nuestro trabajo, es hallar un poco de felicidad en mundo errado, alejado de cualquier tipo de identidad natural. Para despedirnos por este mes, os dejamos un buen ejemplo de ello, que no se diga que todo es divagación. En parte de la conversación bautizada con el nombre “Una merienda de locos”, en el capítulo 7 del cuento, veréis como se materializa lo abstracto de una forma magistral. Si hace un tiempo que no la joya de Carroll no cae en vuestras manos, no dejéis de releerla. La sencillez que envuelve a este libro es su mayor virtud y esconde un secreto que sólo algunos son capaces de desvelar. “Habían puesto la mesa debajo de un árbol, delante de la casa, y la Liebre de Marzo y el Sombrerero estaban tomando el té. Sentado entre ellos había un Lirón, que dormía profundamente, y los otros dos lo hacían servir de almohada, apoyando los codos sobre él, y hablando por encima de su cabeza. «Muy incómodo para el Lirón», pensó Alicia. «Pero como está dormido, supongo que no le importa». La mesa era muy grande, pero los tres se apretujaban muy juntos en uno de los extremos. —¡No hay sitio! —se pusieron a gritar, cuando vieron que se acercaba Alicia. —¡Hay un montón de sitio! — protestó Alicia indignada, y se sentó en un gran sillón a un extremo de la mesa. —Toma un poco de vino —la animó la Liebre de Marzo. Alicia miró por toda la mesa, pero allí sólo había té. —No veo ni rastro de vino — observó. —Claro. No lo hay —dijo la Liebre de Marzo. —En tal caso, no es muy correcto por su parte andar ofreciéndolo —dijo Alicia enfadada. —Tampoco es muy correcto por tu parte sentarte con nosotros sin haber sido invitada —dijo la Liebre de Marzo. —No sabía que la mesa era suya —dijo Alicia—. Está puesta para muchas más de tres personas. —Necesitas un buen corte de pelo —dijo el Sombrerero. Había estado observando a Alicia con mucha curiosidad, y estas eran sus primeras palabras. —Debería aprender usted a no hacer observaciones tan personales —dijo Alicia con acritud—. Es de muy mala educación. Al oír esto, el Sombrerero abrió unos ojos como naranjas, pero lo único que dijo fue: —¿En qué se parece un cuervo a un escritorio? «¡Vaya, parece que nos vamos a divertir!», pensó Alicia. «Me encanta que hayan empezado a jugar a las adivinanzas.» Y añadió en voz alta: —Creo que sé la solución. —¿Quieres decir que crees que puedes encontrar la solución? —preguntó la Liebre de Marzo. —Exactamente —contestó Alicia. —Entonces debes decir lo que piensas —siguió la Liebre de Marzo. —Ya lo hago —se apresuró a replicar Alicia—. O al menos... al menos pienso lo que digo... Viene a ser lo mismo, ¿no? —¿Lo mismo? ¡De ninguna manera! —dijo el Sombrerero—. ¡En tal caso, sería lo mismo decir «veo lo que como» que «como lo que veo»! —¡Y sería lo mismo decir — añadió la Liebre de Marzo— «me gusta lo que tengo» que «tengo lo que me gusta»! —¡Y sería lo mismo decir — añadió el Lirón, que parecía hablar en medio de sus sueños— «respiro cuando duermo» que «duermo cuando respiro»! —Es lo mismo en tu caso — dijo el Sombrerero. Y aquí la conversación se inte- rrumpió, y el pequeño grupo se mantuvo en silencio unos instantes, mientras Alicia intentaba recordar todo lo que sabía de cuervos y de es- critorios, que no era demasiado. (…) —¿Has encontrado la solución a la adivinanza? — preguntó el Sombrerero, diri- giéndose de nuevo a Alicia. —No. Me doy por vencida. ¿Cuál es la solución? —No tengo la menor idea — dijo el Sombrerero. —Ni yo —dijo la Liebre de Marzo. Alicia suspiró fastidiada. —Creo que ustedes podrían encontrar mejor manera de matar el tiempo —dijo— que ir proponiendo adivinanzas sin solución. —Si conocieras al Tiempo tan bien como lo conozco yo —dijo el Sombrerero—, no hablarías de matarlo. ¡El Tiempo es todo un personaje! —No sé lo que usted quiere decir —protestó Alicia. —¡Claro que no lo sabes! — dijo el Sombrerero, arrugando la nariz en un gesto de desprecio—. ¡Estoy seguro de que ni siquiera has hablado nunca con el Tiempo! —Creo que no —respondió Alicia con cautela—. Pero en la clase de música tengo que marcar el tiempo con palmadas. —¡Ah, eso lo explica todo! —dijo el Sombrerero—. El Tiempo no tolera que le den palmadas. En cambio, si estuvieras en buenas relaciones con él, haría todo lo que tú quisieras con el reloj. Por ejemplo, supón que son las nueve de la mañana, justo la hora de empezar las clases, pues no tendrías más que susu- rrarle al Tiempo tu deseo y el Tiempo en un abrir y cerrar de ojos haría girar las agujas de tu reloj.” *ARTÍCULOS: - “El nacimiento de la Psicodelia” Xosé F. Barge, El Cultivador, número 2. - “La expansión psicodélica. Los Hippies” Xosé F. Barge, El Cultivador, número 3. - “Psiconáutica y Psiconautas” Xosé F. Barge, El Cultivador, números 4, 5, 6, 7 y 8.

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