El Cultivador

En el cine ponían una de kung-fu y solíamos sentarnos en el medio de la sala, esquinados contra una pared y al calor de un radiador. Hacía ya tiempo que Luis, Checho y yo veníamos fijándonos en otros asistentes a estas sesiones de tarde, más concretamente la pandilla de Mongol. Eran una generaciónmayores que nosotros y eran adictos a estas pelis de kung-fu, modalidad de lucha de la que, además, solían presumir de dominar haciendo alardes y emulando conmovimientos de brazos y piernas los fotogramas de las pelis que colgaban en la propia entrada del cine. Eran ruidosos, chulitos, vestían con vaqueros pitillos y cazadoras de cuero. Se burlaban de todo, se reían siempre. Hacían comentarios despectivos sobre la peli, soeces sobre las mujeres, insultaban al acomodador, se quejaban sobre la calidad de la imagen, el sonido, la música y molestaban sin parar a las pocas parejas que iban al cine a “toquetearse”. Tenían muy mala fama en el pueblo. Se decía que robaban coches, atracaban farmacias e incluso, según mi tía Pilar, ¡se drogaban! Les llamaban “la banda del porro” y, naturalmente, nos eran simpáticos por naturaleza. Sin confesarlo, queríamos ser un poco como ellos, pues de alguna manera representaban la libertad. Nos trataban bien a su manera, esto es: se metían con nosotros moderadamente y nos saludaban por separado. Aunque teóricamente estaba prohibido, Mongol and company fumaban canutos en el cine. Por aquel entonces, nuestros pueriles órganos, gargantas y pulmones estaban ya medianamente acostumbrados a lidiar con el tabaco (era otro mundo). Generalmente, fumábamos a escondidas en las obras los pitillos que, casi siempre, solíamos robar de alguna cajetilla de nuestros progenitores. Pero ninguno habíamos probado nunca el hachís. Sentíamos tanta curiosidad como miedo. A todos nos habían avisado 46 aquellos tiempos Era el último día del invierno de 1986 en una pequeña villa de provincias gallega. Tres adolescentes bajábamos por la calle principal camino del cine que, junto con el salón de juegos, eran los dos únicos refugios de evasión para nosotros… y había que escoger muy bien entre los dos, pues los bienes en pesetas solían ser escasos. Los maestros del kung-fu contra la banda del porro p r Román Gutiérrez da Silva Se decía que robaban coches, atracaban farmacias e incluso, según mi tía Pilar, ¡se drogaban! Cine Portonovo

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