El Cultivador

que tener el deseo, y después encontrar una estructura que soporte la posibilidad de que ese deseo se exprese o cumpla. Es, creo, la fuerza espiritual fundamental que podríamos llamar curiosidad o, tal como lo denominan a veces las enseñanzas tibetanas Dzogchen, la “creatividad universal”. Yo tuve suerte al nacer durante la revolución de la danza, la música, el arte, la literatura, que decían que el momento de no saber, y tener apertura a lo que pudiera venir a través de ti, tiene valor y merece ser compartido con una audiencia. Además, actuar es como luchar con tu sistema nervioso para estar en un estado relajado y abierto. En mi caso, usaba técnicas que me apoyaban y me daban libertad al mismo tiempo. Una estructura que se convirtió en técnica fue trabajar con el divino femenino y el masculino, basada en mi deseo de sentir la experiencia de su diálogo y colaboración, siendo el principio femenino la experiencia y el masculino la forma; lo llamé “danza de la descripción”, y me dio libertad para adentrarme en la consciencia sintiendo el gran romance entre esos aspectos. Otra estructura fue recitar en mi mente una canción, en silencio, usando mi cuerpo para crear el sonido de las palabras en movimiento, lo llamaba “dance speech” (“el discurso de la danza”). La improvisación es todo un reto porque te preguntas si el público se está aburriendo y te da la tentación de hacer algo que sorprenda, pero en el momento que haces eso estás abandonando la práctica espiritual. 73 voces conscientes Bailando una pieza de piano compuesta especialmente para ella

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