El Cultivador

el ambiente, lleno de luces somnolientas y de humo, que no permite la visibilidad, que atonta los sentidos. Ante tal perspectiva, los asistentes se sienten confusos, no saben si se habrán equivocado de sitio. El guía les asegura que el fumadero es un lugar inconfundible por su olor, “basta con haberlo sentido una vez para no olvidarlo nunca”, y añade para más fantasía, “los mismos espíritus de los muertos, cuando vuelven a pasearse por la ciudad, se detienen en las puertas de las fumerías en cuanto perciben el perfume de la buena droga”5. El fumadero de Gómez Carrillo era lugar donde vida y muerte se unían, fantasmagórico y silencioso, lleno de humo, en el que apenas se podía ver. El olor era, sin duda, tan “especial, que nos acertábamos a encontrar agradable o desagradable y que ni siquiera podíamos saborear por completo, llenaba, en efecto, la estancia” (Gómez Carrillo, 2020). Cuando todo cobró nitidez, pudieron observar a los fumadores, “chinos flacos, de rostros inteligentes. En sus trajes ninguna indicación de castas”, tendidos en sus esterillas, “inmóviles, con los ojos cerrados y los brazos en cruz, parecían figuras de cera fabricadas en el mismo molde” (Gómez Carrillo, 2020). Todos los fumadores le parecían iguales. Respecto a esto, Francisco Morán, en Volutas del deseo: hacia una lectura del orientalismo en el modernismo hispanoamericano apunta que “hay un obvio intento de borrar las diferencias, de construir occidentalmente la típica imagen del Oriente”6. Y, de pronto, entre una nube blanca, el protagonista de la crónica descubre a una mujer, pero no tiene claro si es realmente una mujer. Se cuestiona su género. Alguien del grupo parece verbalizar su pregunta y el guía remata la conversación con un “¡Quién sabe aquí esas cosas!” (Gómez Carrillo, 2020). El protagonista, por su parte, se queda embaucado: “¡Oh, aquellos ojos! ¡Aquellos ojos de ensueño y de misterios, de voluptuosidad y de tristeza!… Contemplándolos largo tiempo, comprendí los arcanos del opio tan bien por lo menos como mis amigos que, habiéndose hecho preparar numerosas pipas, saboreaban en una habitación contigua el supremo placer de la embriaguez divina” (Gómez Carrillo, 2020). Él no consumió opio y narra su experiencia de embriaguez de un modo pasivo y distante, a través de los ojos de aquella fumadora, y es que, “al quedarse fijado en los ojos de la anamita parece como si convirtiera a éstos en los filtros por los que él vive su viaje drogado particular. Y la droga para él sería más bien la belleza de la joven, o el misterio de la joven, la joven planteada como interrogación, como campo de expresión y de expansión de todas las dudas y los deseos de Gómez Carrillo” (Marta Herrero, 2012). La embriaguez es explicada en la crónica de Gómez Carrillo casi como una ensoñación que evoca las fábulas y cuentos orientales, en la que la 37 literatura cannábica Fumadores de opio en Pekín en 1932 (Wikipedia, CC 0 1.0, Wikipedia) En una fumería de opio annamita se publicó originalmente en 1906, en De Marsella a Tokio: sensaciones de Egipto, la India, China y Japón

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