El Cultivador

hallamos textos mitológicos («El último fauno»), con resonancias bíblicas («El hijo pródigo») o donde incorpora elementos insólitos relacionados con lo alucinatorio («La leyenda de hachisch»). Este cuento, según la teoría todoroviana, se acerca a lo extraño, las alucinaciones vividas por el personaje quedan explicadas a través de la injerencia de una droga”2. Y es que, aunque este último cuento, el que aquí nos interesa, da comienzo presentando a Leticia, la amante del protagonista, una mujer bella, casta y pura, con la que él comparte un amor casi místico, pronto la historia da un giro: se nos descubre que Leticia está muerta por culpa de los excesos y que, para sobrellevar mejor su ausencia, nuestro protagonista se hunde en la alucinación provocada por la ingesta de hachís, “una insensata embriaguez” (Clemente Palma, 2016)3. Palma lo narra así: “Una noche, en la que no podía dormir hostigado cruelmente por la visión de la inolvidable, recordó que tenía en mi escritorio una cajita de palma, primorosamente labrada y ornada con arabescos. Me la había enviado del Cairo un antiguo amigo que desempeñaba un consulado. La caja contenía el misterioso manjar del Viejo de la Montaña, el hachisch divino…”. Y agrega: “Me levantó del lecho, toqué el botón eléctrico de la luz con una pequeña plegadera de plata, corté un pedazo de la pasta y comí. Enseguida me senté a esperar los efectos. He aquí las impresiones que experimenté y las extravagancias que vi durante las varias horas que estuve sumergido en extraño ensueño” (Clemente Palma, 2016). La ensoñación es muy variada y fragmentada. Saltamos con cada parte a un lugar diferente, a una visión diferente. Nos lleva, en primer lugar, de paseo a la antigua Trapobana, donde el protagonista es peregrino, dedicado a la vida contemplativa, y discípulo de un anciano faquir (Djolamaratta) que, habiendo alcanzado la plenitud, comparte sus momentos de éxtasis con el protagonista. Con el faquir visita el que fue el reino de la Felicidad, gobernado ahora por una mujer que resulta ser, como descubre en el último instante alucinado, su amada. El siguiente ensueño nos traslada a la habitación y el momento en que el protagonista recuerda a su amada muerta. Percibe sonidos fuertes, parecen asustarle e incluso llega a pensar en que se trata de un fenómeno oculto, pero acaba dándose a sí mismo una explicación racional que pueda combatir esta creencia tan poco científica. Esta visión le hace, como escribe, observar su “propio organismo” y hasta su “vida cerebral”, poblada de gnomos que cazan ideas en forma de burbujas (Clemente Palma, 2016). “Cuando volví de esta segunda crisis de mi ensueño, pensé haber vivido cincuenta años”, escribe Palma a continuación, apuntando a la alteración del tiempo que produce la ingesta de hachís. Es quizás esta alucinación la que mejor describe los efectos de la sustancia, y entre los que destaca, por ejemplo, la sinestesia: “cada melodía me producía una impresión hondísima, como si mi alma tradujera en cuadros sugestivos o en frases narrativas los sonidos” (Clemente Palma, 2016). También, como apunta Herrero Gil, Palma describe una experiencia muy común con el hachís, “la imagen de los sólidos volviéndose fluidos es típica de los relatos de experiencias drogadas” (Herrero Gil, 2012). La última visión está plagada de seres mitológicos, flores, hongos, seres híbridos y mujeres sin sexo. En ella, el protagonista es guiado por una mujer, 36 literatura cannábica Dante Aligheri (Malgorzata_Kistryn, depositphotos) Dante y la Divina Comedia(billperry, depositphotos) Hay un par de títulos en los que la presencia de las sustancias es tan acusada que llega a usarse como eje vertebrador del relato

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