De la caza/recolección a la hidroponía

10 noviembre, 2016
La agricultura a través de los tiempos

Nuestros primeros antepasados eran cazadores, recolectores y pescadores ya en la era paleolítica, entre 2,9 millones y 12.000 años antes de nuestra era. En aquella época había comida en abundancia, y cuando era menos prolífica, les bastaba con desplazarse hacia regiones más fértiles. Ejercían pues el nomadismo, o el semisedentarismo, desplazándose hacia nuevos espacios para regresar luego a su hábitat de origen. Además, como sólo extraían lo que necesitaban para subsistir, esto permitía a la naturaleza renovarse fácilmente a lo largo de las temporadas.

por Noucetta Kehdi, GHE

En aquella época los hombres no conocían todavía ni la agricultura, ni la ganadería. Durante decenas de miles de años, se han contentado con estas prácticas para su subsistencia. Fue sólo en torno a 10.000 años antes de nuestra era, en la época de la llamada «revolución neolítica», que pasaron de la caza y la recolección a las primicias de la agricultura y la ganadería. También a la economía de producción, en oposición a la economía de subsistencia. Encontramos los primeros focos de agricultura en Oriente Medio, en el denominado Creciente Fértil (aproximadamente Egipto, Siria, Líbano, Jordania, Irak e Irán actuales. De hecho, son las tierras irrigadas por los principales ríos de esta parte del mundo: el Nilo, el Orontes, el Jordán, el Tigris y el Éufrates), posteriormente en América Central y del Sur y, por fin, en China. También se desarrollan otros centros en América del Norte, en el Sahel y en algunas regiones del Pacífico antes de extenderse por todo el planeta habitado.

Estas nuevas prácticas generan importantes transformaciones sociales que seguirán desarrollándose hasta la actualidad. En particular: sedentarización, crecimiento de la población, variaciones climáticas, elección de las semillas y formas de preparación alimentaria que nos conducirán a la situación actual.

Al principio, la transición se hace muy lentamente. Para garantizar una alimentación regular a pueblos que empiezan a sedentarizarse y multiplicarse, se inicia el trabajo de la tierra, primero por quema, luego con labranzas superficiales y, finalmente, se introduce la irrigación en las tierras más áridas. Se eligen cereales como el mijo, el sorgo, el trigo, la cebada, el arroz o plantas como el tomate, la judía, la calabaza, el tabaco, el cáñamo, la patata y demás tubérculos, según las regiones geográficas y la capacidad de estas plantas para cultivarse y proporcionar las primeras semillas explotables. La ganadería de los primeros animales domésticos también se desarrolla durante este mismo periodo: cabras, borregos, búfalos, aves por su carne, cuero, lana, huevos y leche, así como, algo después, su capacidad para trabajar con animales de tiro y monta.

Esta nueva agricultura también corresponde al comienzo de la construcción de los primeros pueblos. Entre ellos, el más antiguo sería la pequeña ciudad de Jericó, en la ribera izquierda del Jordán, una de las primeras construcciones de piedra, que data de, aproximadamente, el 9.000 a. de C. También se indica que aquí estaría el inicio de las guerras, stricto sensu, para defender las reservas de alimentación y los campos de la codicia de las tribus vecinas. También es el inicio de la migración de poblaciones y de las primeras mezclas étnicas en nuestro planeta.

Del cultivo en la época de la antigüedad hasta la agricultura actual pasamos por numerosas transformaciones tecnológicas que introducen métodos cada vez más sofisticados. En torno al siglo XVII se substituye el arado simple por el carro, lo que permite labrar mucho más en profundidad. Se introduce la rotación de los cultivos entre diferentes parcelas de un mismo campo. Se usan bueyes y mulas para tirar de las máquinas, cada vez más pesadas, y aumentar la productividad de las tierras. Se recuperan también los estiércoles para enriquecer los suelos, y este método se mantiene casi en todas partes hasta mitades del siglo XIX, cuando se descubren las primeras energías fósiles (el carbón), y posteriormente en el siglo XX, el petróleo y la química inorgánica que favorece los abonos minerales, y los biocidas que permiten controlar las invasiones de insectos, malas hierbas y patógenos de toda índole. Las máquinas agrícolas se transforman y se diversifican. Ya no se utilizan animales de tira, sino máquinas, cada vez más grandes y multiusos, cada vez más caras. Lo que obliga los agricultores a endeudarse y después a sobreendeudarse, y a no poder escapar de los sistemas de subvenciones del estado que los mantienen maniatados a la voluntad de los políticos. Así es como se desarrolla nuestra agricultura moderna, a partir del siglo XX, con sobreexplotación de los suelos, superproducción intensiva, uso excesivo de abonos, introducción de productos fitosanitarios de forma exagerada y manipulaciones genéticas. La agricultura pasa de una forma de producción sostenible a una forma de producción precaria e invasiva.

En cuanto los hombres pasaron de la caza/recolección a los primeros cultivos en campos y a la ganadería, empezaron a modificar su entorno. Frente al crecimiento de las poblaciones y al desarrollo de los pueblos y posteriormente de las ciudades, tuvieron que encontrar formas de producir en latitudes a veces hostiles: tierras áridas, climas extremos o simplemente cultivar lo suficiente para alimentar a poblados humanos cada vez más exigentes. Cuando, a mitades del siglo XIX, comenzaron a controlar las energías fósiles, tuvieron entre las manos herramientas de transformación masiva que utilizaron sin discernimiento ni límites. En el siglo XX la agricultura se ha convertido en un negocio industrial, cuyo objetivo es la producción intensiva, y la forma de lograrla es la profusión de abonos, pesticidas, herbicidas y todo lo que les acompaña. Para producir todavía más hemos construido invernaderos industriales cada vez más extensos, e introducido el cultivo sin suelo, industrial e inhumano.

Durante todo este tiempo, la población planetaria se ha multiplicado, llegando a alcanzar en la actualidad más de 7 mil millones de individuos. ¡En una superficie que sigue siendo la misma! Con tanto desarrollo, hemos invadido las tierras agrícolas con nuestras construcciones para la vivienda y la industria, dejando pocos terrenos disponibles para nuestra alimentación que, al ser explotados de forma exagerada, acaba por empobrecerse, contaminarse y no producir lo suficiente para todos. El problema que se plantea en la actualidad es saber cómo alimentar a toda esta población de forma sana, equitativa y sostenible.

Frente a la explotación intensiva de nuestras tierras han aparecido varias líneas de pensamiento que ofrecen alternativas viables que substituirían la industrialización de la agricultura. En particular la agricultura ecológica, a partir de mediados del siglo XX, y posteriormente alrededor de 1975, la permacultura (“permanent culture«) de los australianos Bill Mollison y David Holmgren, y ahora, desde hace unos veinte años, la agroecología del francés Pierre Rabhi y su asociación Terre et Humanisme. Paulatinamente se van generalizando estas filosofías de producción que, al ser aplicadas a gran escala, van a permitirnos salir de este sórdido callejón sin salida.

Entonces me preguntarán: ¿Qué tiene que ver la hidroponía en todo esto? Aunque parezca sorprendente, y a pesar del escepticismo de muchos puristas, la hidroponía también forma parte de estas nuevas corrientes de pensamiento, surgidas para resolver diversos problemas actuales. El cultivo hidropónico, como muchos ya lo saben, es un método de cultivo que hace crecer las plantas en agua, sin tierra. A menudo se han evocado los jardines suspendidos de Babilonia, como una de las primeras aplicaciones de la hidroponía. Pero esos jardines, aunque formen parte de las 7 maravillas del mundo, nunca han sido realmente localizados y, de cualquier forma, son más bien métodos de irrigación y no verdaderamente de hidroponía.

La inspiración procede sin duda de los primeros científicos que estudiaron la nutrición de las plantas, tras los relatos históricos que evocan por ejemplo las chinampas aztecas donde se cultivaban huertos completos en la superficie de los lagos, en balsas fabricadas a partir de empajados o de substratos locales; o bien gracias a los textos de Marco Polo que describe los primeros jardines flotantes que encontró en China. Pero también gracias a la observación de las plantas acuáticas que viven en el agua en movimiento, absorbiendo las sales minerales que se encuentran en ella. Profundizando en sus estudios, los científicos descubrieron que las plantas, de hecho, se nutren en prioridad de agua, oxígeno disuelto y sales minerales. La tierra es más bien un soporte y no el origen de esta alimentación. Este descubrimiento ha permitido no sólo estudiar la nutrición de las plantas de forma cada vez más profundizada sino también crear un nuevo concepto, el de la hidroponía, método de cultivo que permite cultivar plantas en todos los entornos, incluidos los más inesperados, allí donde la tierra está empobrecida o contaminada, mientras se va regenerando. Presenta la gran ventaja de mejorar substancialmente la producción y de incrementar los rendimientos, controlar su calidad nutricional, sacar el mejor provecho del espacio disponible, ahorrar en las cantidades de agua y de abonos, necesarios para las mismas plantas cultivadas en la tierra y, sobre todo, sacar el mejor partido de su potencial genético. Responde también a una de nuestras principales preocupaciones, alimentar una población mundial en continuo crecimiento, de forma solidaria y eficaz.

Pero, por supuesto, como en todo, la hidroponía puede tener buenos y malos resultados, según cómo se utilice. No se pone en tela de juicio la hidroponía, sino la forma de aplicarla. La agricultura intensiva, recomendada por las grandes multinacionales de la química a lo largo de todo el siglo XX y todavía en la actualidad, ha empujado a horticultores especializados en invernaderos a convertirse en industriales de la producción alimentaria. Y todos estamos de acuerdo en que el cultivo sin suelo, intensivo y a gran escala, no puede producir alimentos compatibles con una nutrición de calidad.

Sin embargo, la pequeña explotación hidropónica familiar sólo puede dar buenos resultados. En el invernadero hidropónico familiar, el cultivo se realiza bajo la mirada atenta del productor, preocupado por ofrecer una alimentación sana y trazabilidad a sus clientes. Su inversión también es muy inferior a la que requiere una explotación tradicional en tierra, y su retorno de inversión mucho más rápido. Como la hidroponía se puede ejercer en cualquier parte, en tierras áridas, en climas extremos, incluso en el asfalto o en los tejados de las ciudades y megalópolis, estas explotaciones son locales, y reducen la huella de carbono de los productos cultivados, así como sus costes (a veces prohibitivos) al eliminar los intermediarios que pasan a ser inútiles.

Hoy en día, las microgranjas hidropónicas se desarrollan tanto en Francia como en el resto del mundo. Se han iniciado proyectos, hace unos años, en diferentes países. El más conocido de ellos, por nuestra parte, es el de los «Sourciers» (http://lessourciers.com) en el Gers, que abastece a los mejores restaurantes gastronómicos, junto a asociaciones como la «Ruche qui dit Oui» (https://laruchequiditoui.fr/fr) en Terraubes, en nuestra región. O el de los «Nomades des Mers» (http://nomadedesmers.org), que han iniciado un viaje de tres años en catamarán, hace unos días, con un sistema hidropónico para producir algunos alimentos durante la travesía y compartir aplicaciones de bajo coste de esta tecnología sorprendente y polifacética.

Se ha dado un gran paso entre la caza/pesca/recolección de nuestros antepasados y el estado actual de nuestra agricultura. Los métodos de cultivo se han desarrollado, a lo largo de los siglos, en función de las necesidades de las crecientes poblaciones y han alcanzado un pico de mecanización y de superproducción, durante la segunda mitad del siglo XX, hasta la fecha. Estos excesos han generado abusos que ahora son incontrolables y devastadores, hasta el punto en que hemos de retroceder y reinventar nuestras formas de producción, para que sean sostenibles y solidarias. El desafío consiste en alimentar una población cada vez más numerosa, de forma suficiente y nutritiva, a la vez que se reducen los despilfarros y la contaminación. Esto es factible. El cultivo ecológico bate récords y su auge aumenta día a día. Los métodos mencionados anteriormente de permacultura y agroecología cumplirán seguramente sus promesas. Todavía surgirán nuevas ideas, ya que nuestra juventud no se ha quedado cruzada de brazos, al contrario, ya que nuevos métodos ven la luz cada día. El cultivo hidropónico a escala humana, en oposición al cultivo sin suelo, también encuentra su espacio porque responde a las necesidades más urgentes de nuestras sociedades en el mundo entero. Todas estas técnicas podrán ser mejoradas y nos permitirán resolver los problemas ecológicos, sanitarios y humanos a los que nos enfrentamos. Esto puede ser totalmente esperanzador, a condición de mantener los pies en la tierra y la generosa visión de un mundo mejor.

 

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