Un viaje a las tierras altas de Guerrero muestra su expansión. Apenas hay cultivador de opio que no lo conozca. Conscientes de que abre las puertas de un explosivo mercado, hablan de la nueva droga, la comentan con aire experto y si se tercia la muestran junto a la tradicional goma de opio.
Ocurre en una pequeña casa de comidas. Han traído el fentanilo envuelto en una bolsita de plástico que han depositado amorosamente sobre la mesa. De un desagradable color beige claro, los campesinos explican que ha sido mezclado con heroína. Uno, con cierta autosuficiencia, señala incluso que la producen ellos mismos, ahí en la sierra.
El paquetito despide un intenso olor a medicina. Es la hora de comer y a su alrededor pulula una decena de vecinos. No muestran sorpresa por ver la endiablada sustancia en un lugar público, aunque sí cierta reverencia por su valor. A diferencia de la viscosa goma de opio, que dejan que el visitante la manosee tranquilamente, con el fentanilo piden mucho cuidado y no permiten que se mueva del sitio. “Esto es lo más potente que hay en el mundo”, aseguran.
Diseñada originalmente como un paliativo del dolor agudo en enfermos de cáncer, el uso recreativo del fentanilo ha ido aumentado hasta convertirse en la pesadilla de las autoridades estadounidenses. Cerca de 700 personas han muerto en EEUU de sobredosis en un año y su consumo sigue al alza.
Las primeras partidas procedían de China (de ahí que se le conozca también como China White). Su penetración en Estados Unidos alertó a los cárteles. Aunque su precio de partida es similar a la heroína, unos 5.000 dólares el kilo, su explosiva potencia permite multiplicar las adulteraciones y disparar hasta por 20 los beneficios frente al opio.
Atraídos por este enorme margen comercial, las organizaciones criminales mexicanas empezaron a importarla desde Oriente para introducirla ellos mismos en el mercado estadounidense. A veces en estado puro y otras mezclada con heroína. “No va destinada al consumo mexicano, que es de heroína, sino al estadounidense”, explica el representante de la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito, Antonio Mazzitelli.
Una vez controlado el canal, el siguiente paso ha sido desplegar la producción. Hay pocos datos al respecto. La agencia antinarcóticos de Estados Unidos (DEA) ha detectado cierto flujo de precusores químicos a México y ha rastreado laboratorios en Nayarit, Colima y Guerrero. La mayor aprehensión en territorio mexicano se dio el año pasado en Sinaloa. La sustancia estaba en manos de operadores del Chapo Guzmán: 27 kilos de fentanilo y 19.000 pastillas presentadas bajo la formulación de la oxicodona, un analgésico opioide. Desde entonces, como en un goteo, han ido apareciendo alijos y pequeñas incautaciones, la última la pasada semana en manos de los sicarios que habían asesinado a tres policías federales en Chilapa (Guerrero).
Pero lo importante, según indican fuentes policiales, no es tanto el producto terminado y la eterna escaramuza de su aprehensión, sino dónde, cómo y para quién se fabrica. “México ha empezado a producirla para enviarla al vecino del norte, y es muy posible que cárteles pequeños de Guerrero exporten directamente el fentanilo y lo vendan a distribuidores estadounidenses”, señala Mazzitelli.
La elección de las montañas de Guerrero como rampa de lanzamiento responde a un planteamiento estratégico. Ubicado en el corazón de uno de los estados más violentos de México es un territorio sin ley donde la presión policial y militar es mínima. En este enclave, situado a sólo 250 kilómetros de la Ciudad de México, el cultivo masivo de opio ha generado infraestructuras altamente especializadas en la producción de heroína y que ahora, sin demasiada dificultad, pueden adaptarse al fentanilo. Una producción en masa y libre de interferencias policiales. Todo listo para viajar al corazón de Estados Unidos.